Hace solo tres años, Javier Milei se subió a la misma tarima que ayer, para defender su candidatura a diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires. Ese día no se sabía si lo lograría y, mucho menos, que se transformaría en Presidente y en un referente político internacional en tiempo récord. Aquel acto tenía un encanto y una mística muy particular, porque reflejaba el espíritu barrial de una campaña artesanal. Era algo que surgía desde abajo. En los videos de aquel momento se puede ver a muchos dirigentes que ya no están con Milei o que no fueron porque se empiezan a distanciar: youtubers como El Presto o Emmanuel Danann, dirigentes históricos del liberalismo como Carlos Maslatón, o incluso la actual vicepresidenta Victoria Villarruel, que ayer pegó el faltazo. En retrospectiva, la magia de ese acto consistía en que un político muy novedoso articulaba los múltiples enojos que anidaban en la sociedad argentina. Iba contra todo. Sin estructura, con poco dinero, pero con la irresistible potencia de aquello que era nuevo y distinto. Milei volvió ayer al Parque Lezama. Era el mismo pero no era el mismo. Era el líder rebelde que se propone lo imposible, pero también un presidente que gobierna hace diez meses en medio de una realidad tumultuosa que empieza a marcarle límites muy claros. El acto de ayer reproducía el mismo clima de rock barrial de hace tres años. Muchachotes, como entonces, por todos lados. Pero muchos de ellos ya son funcionarios o pelean para serlo o entran a la Casa Rosada como si tal cosa. Forman parte de la burocracia. Milei puteó, insultó, gritó como entonces. Dijo que algunos “se metieron en el orto” alguna cosa. Se la agarró contra el periodismo, una obsesión realmente patológica. “Pedazos de soretes”, disparó contra quienes no dicen lo que él quiere que digan. Cuando los muchachotes gritaban “hijos de puta” a los periodistas, Milei arengó: “Escuchen soretes ensobrados, eso es lo que la gente piensa de ustedes”. Toda una exhibición de tolerancia, equilibrio y sensatez. Pero, aun con esos detalles, el Presidente parecía por momentos el candidato de entonces. Enfervorizado, carismático, bravucón. Pero, ¿es el de entonces? O, ¿en qué medida es el de entonces? En principio, es evidente que hay una transición entre el candidato y el Presidente. Milei era el que decía que se iba a cortar un brazo antes de subir impuestos. Ahora es el Presidente que subió impuestos pero explica que los bajó. Milei era el candidato que decía que existían solo dos sistemas en el mundo, la libertad o el comunismo. Cualquier sistema intermedio terminaba en el comunismo o en el chavismo, porque una regulación generaba fallas de mercado que llevaban a otra regulación y así hasta el infierno. Ahora es el Presidente que regula nada menos que el tipo de cambio. O sea que aquel candidato tal vez estaría diciendo que este Presidente nos lleva al comunismo. Pero este Presidente le explica a aquel candidato, curiosamente, que bajó la inflación “sin regular el precio del dólar”, como dijo ayer. Tal vez la principal distancia entre un Milei y el otro haya aparecido esta semana, cuando el INDEC difundió los datos de pobreza e indigencia. Aquel candidato llegó al poder gracias a un párrafo que repitió miles de veces. “Hay que hacer un ajuste. Pero esta vez va a ser distinto. Esta vez no lo va a pagar la gente: esta vez lo va a pagar la casta”. Una y otra vez, el candidato Milei decía lo mismo. Va a ser distinto. No lo va a pagar la gente. Lo va a pagar la casta. Ese recurso fue clave para su victoria. Explicar que nadie, salvo los políticos corruptos y los vagos, pagarían el costo de sus medidas correctivas. En algún sentido, aquel candidato no mentía. El ajuste se hizo, como había prometido. Pero en otro sentido, la mentira ya es evidente. Luego del ajuste, la pobreza aumentó doce puntos y la indigencia seis. Para entender más sobre las magnitudes son útiles algunas comparaciones. En seis meses, las medidas correctivas aplicadas por Milei generaron tantos pobres como Mauricio Macri y Alberto Fernández en ocho años. La cantidad de personas que cayeron bajo el índice de pobreza en estos seis meses es el doble de las que sufrieron el mismo proceso durante el primer semestre de la pandemia, cuando la inmensa mayoría de los argentinos dejó de ir a trabajar. Es difícil encontrar en la historia un plan económico que haya generado estos efectos sociales. Pero no es solo eso. En estos seis meses, un millón de niños y adolescentes cayeron en la indigencia. Es decir, hasta diciembre del año pasado sus familias podían alimentarlos dignamente. Ya no. Es un panorama estremecedor que, en tiempo record, profundizó una herencia que ya era dramática. La promesa no se cumplió. El ajuste se hizo y lo pagaron millones de personas humildes que no tienen nada que ver con la casta. O fue una mentira flagrante o la revelación de una incapacidad. No pudo, no quiso o no supo. Si Milei hubiera perdido las elecciones, ayer probablemente habría estado en Parque Lezama, a los gritos pelados contra los políticos empobrecedores que nos gobiernan. Pero ya no es ese candidato, ni ese líder rebelde, o en alguna medida ya no lo es. Ahora es el Presidente que puso en marcha ese plan que generó ese dolor que había prometido evitar. Entonces, se defiende como puede, como todos los presidentes. Ayer calificó a Luis Caputo como “el mejor ministro de la historia” y felicitó a Sandra Pettovello por haber desarticulado los comedores populares y haber atendido la cuestión social. Contra toda evidencia, dijo que la pobreza estaba cayendo y seguirá cayendo. Y luego impugnó el derecho de los kirchneristas a acusarlo por la pobreza. “¿Justo ustedes, empobrecedores seriales, que se han llenado la boca hablando de pobres para crearlos más que nadie, van a hablar de esto?”, gritó. ¿Es el mejor ministro de la historia el que […]